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lunes, 25 de julio de 2022

MIRALA

Mírala, ahí sigue hablándome, como si la estuviera escuchando, pero no, hace rato que me he perdido y no se ni lo que me está diciendo.
Pero la miro y la sonrío, no sé su voz me suena tanto y me tranquiliza escucharla.
Es preciosa, no se quién es, pero es preciosa. Se parece a mí hija.
Me coge la mano y me dice abuela.
¿Abuela?
Ahí está, acaba de pasar, es la mama de todos, todos la llaman mamá, así que yo también, aunque ella también me llama mamá a mi, pero me da igual, a ella es la que no tengo que perder de vista, tengo que ir con ella, la necesito.
Está en el baño, no importa, a ella no le molesta que la persiga siempre, así que entro y la miro, si no la veo me pongo nerviosa, me siento sola, abandonada.
Me coge de la mano y me vuelve a sentar al lado de esa chica, que me sonríe, es preciosa, se parece a mí hija, bueno me quedaré aquí un rato, no sé, no entiendo, todo me suena pero no sé de qué y eso me molesta.
¿Dónde está la mamá? tengo que buscarla, ahí está, menos mal, me ha traído algo para comer, no sé no tengo hambre, pero ella me corta la carne a trocitos y me los da con cariño y paciencia.
No sé qué haría yo sin mi mama, sin ella, es como un faro en un día de niebla, mi luz, mi guía.
Sé que me olvido de todo, no se quién es ese hombre que hay ahí sentado, también me llama mamá, pero no me gusta que esté ahí sentado con su periódico, y me mira y me persigue, siempre está ahí, quiero que se vaya. No se quién es, no quiero verlo. Le grito, pero parece que no me oye.
Mi mamá me coge la mano y ya está no hay nada más en el mundo que ella. No sé ni porque me había enfadado.
De repente, la miro, no es mi madre es mi hija la que tengo delante, si lo es, ha crecido, está dándome de comer, pero ¿Por qué? yo puedo comer sola. Cojo el tenedor y comienzo a comer, «que bueno te ha quedado esto hija, ¿Lo has hecho en cazuela de barro?»
«Claro mamá, como me enseñaste» me lo dice con lágrimas en los ojos, y con una inmensa sonrisa.
Son pocos los momentos de lucidez, segundos fugaces, casi ni me doy cuenta de qué es real y qué no lo es.
Pronto volverá a ser mi madre, la madre de todos, mi guía, mi luz, porque estando ella cerca no estaré pérdida.
Dejo caer el tenedor, no sé que hacía, pero la miro y ahí está, sonriendo y ayudándome a seguir.
Esa es mi vida desde hace tres años, se me olvida.
Yo, una mujer que podía con todo, que movía el cielo y la tierra si era necesario, que hacía calderos y pucheros para toda mi familia y los reunía siempre que podía alrededor de mi mesa, contándonos historias y riéndonos de la vida.
Yo que crié tres hijos con mucho esfuerzo, que cuidé a mi marido hasta su último aliento, que me ocupé de mis nietas hasta que las vi hacerse mujeres de provecho.
Yo.
¿Quién?
Que confundo a mis hijos con mis nietos.
Que la tele me molesta como si viera luces y sombras y escuchara voces en mi cabeza.
Quien ha perdido la vergüenza y el pudor que incomoda a propios y ajenos.
Quiero hablar y no salen las palabras de mi boca, se me olvidan mientras las pienso y quiero decirlas y no puedo.
Esa soy yo, una yo perdida.
Cae una lágrima por mi mejilla y con mucho cuidado mi madre me la seca.
Se me acerca ese hombre; «venga mamá, vamos a dar un paseo» me agarra del brazo y salimos. Mi madre me mira sonriendo. Cuando se abre la puerta del ascensor me miro al espejo; «ahora vengo, como voy a salir con los labios sin pintar», mis hijos se ríen, mi nene y mi Mari. Me acompaña a ver que me los pinte bien, le gusta pintarme las uñas y llevarme bien arreglada:
«Mamá estás guapísima» «Gracias hija, gracias por todo, por cuidarme y dar tu vida por mí, puede que cuando vuelva del paseo no me acuerde, pero quiero que lo sepas, que te quiero»
Y así salgo a pasear, cogida de la mano de un desconocido, que no soltaré porque se que cada día me vuelve a llevar al lado de mamá.
La columna reflexiva

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